miércoles, 8 de abril de 2015

El experimento de Milgram: ¿hasta dónde hubieses llegado tú?





Seguro que alguna vez has oído hablar de la influencia de la bata blanca de los doctores y la autoridad instantánea que recibe la persona que la porta. Sólo con llevarla es mucho más fácil que las órdenes transmitidas sean obedecidas sin rechistar. Una bata implica autoridad y conocimiento, pero sobre todo autoridad.


Algo así quiso comprobar mediante un experimento Stanley Milgram, psicólogo de la Universidad de Yale, hace algo más de 50 años, en 1963. Si unos días atrás os hablábamos de la psicología social a través del Experimento de Stanford y sus terribles consecuencias, ahora seguimos en la misma materia con el Experimento de Milgram, tan polémico como el de Stanford por sus igualmente funestas consecuencias que cincuenta años más tarde son objeto de estudio en las facultades.
”¿Podríamos decir que todos ellos fueron cómplices?


Todo experimento ha de tener un propósito final fijado antes de su inicio. En este caso, Milgram quiso medir el nivel de obediencia de un sujeto ante una autoridad cuando sus órdenes le suponen un conflicto con su conciencia. De forma gradual, quería comprobar hasta qué punto la influencia de dicha autoridad podía hacerle llevar a cabo acciones que su propia moral rechazaba.


No fue algo espontáneo. Cuando comenzó el experimento hacía escasos meses que Adolf Eichmann fue condenado a muerte en Jerusalén por cometer crímenes contra la humanidad en Alemania durante el régimen nazi. Se creó un debate en torno a si sólo él podía ser condenado, y no las miles y miles de personas que ejecutaron sus órdenes. El debate estaba en si eran cómplices como tal o simplemente estaban ante una situación de fuerza mayor ante la autoridad.


Eso mismo quiso comprobar Milgram: ¿hasta qué punto un humano obedece órdenes de la autoridad aunque entren en conflicto con su moral y ética personales? ¿podríamos decir que todos ellos fueron cómplices?
4 dólares + dietas


La captación de voluntarios se hizo a través de un cartel en las paradas de autobús de Florida a lo largo de la primavera de 1961. En él se hablaba de un “estudio de la memoria y el aprendizaje” que iba a tener lugar en Yale, ocultando como es lógico la naturaleza real del experimento. Como la gran mayoría de experimentos, era remunerado: 4 dólares (equivalentes a unos 31.50 dólares de 2015) más dietas. Al contrario que en el posterior experimento de Stanford, los participantes escogidos tenían perfiles heterogéneos: entre 20 y 50 años, con niveles educativos variados y de diferentes clases sociales.





Para la práctica de este experimento iban a hacer falta tres personas al menos:
Experimentador. El investigador. La autoridad sobre el participante que se ha prestado voluntariamente.
Maestro. El voluntario. Debe realizar preguntas académicas al alumno y castigarle con descargas eléctricas dolorosas cada vez que falle una.
Alumno. Un actor. Es el cómplice del investigador y simulará dolor intenso con cada descarga eléctrica recibida.


Antes de empezar, para aparentar una falsa neutralidad, se hace un sorteo amañado para determinar el rol de cada uno de los tres participantes. Los voluntarios captados son siempre “maestros”. Cuando empieza el experimento en una sala habilitada, el “alumno” es sentado y atado a una silla, y varios electrodos son colocados en su cuerpo. Para añadir más realismo, se le aplicaba una crema que evitaba las quemaduras. Al “maestro” se le comunica que las descargas eléctricas al alumno podrían llegar a ser muy dolorosas pero que nunca provocarían daños irreversibles.
15 voltios


Nada más empezar, el “alumno” recibía una descarga real de 45 voltios para que el “maestro” viese cómo todo era cierto y lo del dolor iba en serio. A continuación, se recitaban parejas de palabras que el alumno debía memorizar. Luego se leía sólo la primera y el alumno tenía que responder con la segunda. En caso de fallar, el maestro debía darle una descarga eléctrica de 15 voltios. Si volvía a fallar en otra pregunta, se aumentaba la siguiente descarga en otros 15 voltios. Así, hasta 30 niveles en total para llegar al máximo de 450 voltios.





El actor que hacía de alumno sabía de antemano cómo tenía que reaccionar a cada falsa descarga eléctrica en función de su voltaje para que el voluntario creyese que era real al otro lado del vidrio que los separaba. Al margen de la reacción natural, se incluyó algo de dramatismo para potenciar la intensidad del momento y acentuar el choque emocional del voluntario. El alumno empezaba a golpear el panel de cristal para pedir clemencia, chillaba que está enfermo del corazón y pedía que finalizase el experimento entre gritos de dolor cuando se alcanzaban los 270 voltios. A partir de los 300, el alumno ya no respondería a ninguna pregunta y el único sonido que emitiría serían estertores, ruidos que se escuchan con la respiración cuando pasa aire por los alveolos que denotan la existencia de una anormalidad o enfermedad en la persona.
Reacciones


No hace falta ser un lince para intuir que un experimento así es una bomba de estrés, tensión y verdadero malestar para los voluntarios, que ven cómo a causa de su acción, por obligada que sea, otra persona está sufriendo dolores extremos. El experimento de Milgram estaba pensado para ver hasta qué nivel ocurría y cuándo el voluntario decía “basta”. Esto fue lo que ocurrió:
Nivel 5/30 (75 voltios): aparecían las primeras peticiones de interrupción del experimento. El investigador no daba opción a ello y les hacía continuar.
Nivel 9/30 (135 voltios): la mayoría se detenían y cuestionaban la finalidad del experimento. Muchos aceptaban continuar tras dejar claro ante el investigador y la cámara que grababa todo que no se hacían responsables de ninguna consecuencia. Unos pocos participantes llegaron a reír viendo las reacciones del alumno. Reacciones en forma de gritos de dolor.
Nivel 20/30 (300 voltios): todos los participantes llegaron aquí. Ninguno se negó rotundamente a detener el experimento antes de este voltaje. El alumno no daba señales de consciencia y aparentaba problemas muy graves. A partir de aquí, el abandono fue gradual, aunque escaso. Muchos continuaron visiblemente incómodos y afectados, rechazando el experimento e incluso prometiendo devolver los cuatro dólares que les habían pagado.
Nivel 30/30 (450 voltios): el 65 % de los participantes llegaron aquí y aplicaron la descarga. 26 de los 40. Nuevamente, muchos de forma muy incómoda y con un alto nivel de estrés. Cuando la descarga de 450 voltios se aplicaba tres veces seguidas, el experimento finalizaba.


Todo experimento requiere de estudios y análisis posteriores a su realización, forma parte del mismo y en las ciencias sociales ocurre igual. En esos estudios, los investigadores descubrieron que los participantes detenían el experimento antes cuando tenían un contexto socioeconómico más parecido al del alumno.
¿Qué ocurría cuando pedían terminar el experimento?


Cuando el participante pedía al investigador marcharse y cerrar el experimento, este daba cuatro posibles respuestas graduales:
Continúe, por favor.
Es necesario que continúe.
Es completamente esencial que continúe.
No tiene otra opción, debe continuar.


Si tras la cuarta frase se negaba a seguir con el experimento, este se detenía.
Expectativas vs. realidad


En esos estudios posteriores al experimento, Milgram y su equipo compararon los resultados con las hipótesis previas hechas en base a encuestas y a sus propios cálculos. En ellas se calculó que la descarga promedio sería de nivel 9 (unos 135 voltios), que a partir de ahí dejarían de obedecer al investigador y que sólo personas muy sádicas llegarían al último nivel de voltaje.





Stanley Milgram



Los resultados fueron sorprendentes por varias razones. La más obvia: no esperaban que tantas personas llegasen al final ni a etapas tan avanzadas. Además, quienes habían llegado a los 450 voltios luego no se mostraban sádicos en absoluto, e incluso suspiraban de alivio al enterarse de que el alumno era un actor que no había sufrido ningún daño.
Críticas y reacciones


Como parece razonable, el experimento de Milgram desató muchas críticas por el nivel de estrés y ansiedad extrema que sufrieron sus participantes. De hecho, en las facultades actuales se suele enseñar como un estudio completamente del pasado, que sería inmoral de realizarse hoy día; si bien es cierto que de él, así como de sus muchas variantes de todo el mundo, se pudieron sacar numerosos estudios y conclusiones para la Psicología.


Los defensores de este experimento se agarran a dos argumentos principales:


A nadie se le forzó realmente. En muchos experimentos se contempla la opción de ocultar parte del mismo al voluntario para que lo realice sin influencia alguna. Además, en muchos, como en este, es necesario que el sujeto esté engañado hasta que termine. En ningún caso se amenazó a ningún participante, y a la cuarta negativa se les dejaba marchar sin mayor problema.


La gran mayoría de participantes manifestó su satisfacción tras el experimento. Una vez supieron toda la verdad de mismo, el 92 % accedió a responder. El 84 % estaba contento o muy contento por haber participado, a un 15 % les resultó indiferente. Posteriormente, a Milgram le llegaron muestras de gratitud y agradecimiento, e incluso ofrecimientos o peticiones de ayuda, por parte de ellos.


No obstante, hay dos contra-argumentos principales.


No todo el mundo fue desengañado. No se siguió un protocolo de comunicación como en la actualidad y el post-experimento era demasiado básico, demasiado rudimentario. Hubo participantes que nunca llegaron a comprender por completo la mecánica y el objetivo del experimento.


Una supuesta intención oculta con fines militares. Más allá de la cuestión psicológica, uno de los participantes en el experimento original (Yale, 1961) dijo que el experimento quería comprobar la capacidad que hubiese tenido el ejército estadounidense para obedecer órdenes extremas e inmorales antes de negarse. La Guerra de Vietnam se estaba librando en esa época…


Tras conocer el experimento de Milgram, psicólogos de todo el mundo intentaron hacer su propia adaptación del mismo, y durante lustros se llevaron a cabo estudios similares. Décadas después de Yale, en 1999, un profesor de Maryland hizo un análisis que aglutinaba a todos los estudios en torno a la obediencia a la autoridad al estilo del de Milgram. Concluyó que entre un 61% y un 66% llegaba a aplicar los niveles de voltaje más altos. Daba igual el año en que se realizaran ni el país donde se llevara a cabo. El patrón se repetía.

Y ustedes hasta donde habrían llegado¿ Yo hasta el nivel 40/30 jeje